El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Tercer metacarpiano de equino | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Tercer metacarpiano de equino

Región Desconocida
Período Desconocido
Período 9 Desconocido
Año Desconocido
Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 747
Investigador

El arribo de los españoles a Mesoamérica causó modificaciones profundas en el nuevo territorio. Además de las nuevas creencias, los nuevos objetos y las distintas maneras de comportarse; con los españoles llegó todo un cúmulo de animales y plantas que transformaron el rostro del territorio, creándose un paisaje sincrético. Simplemente, pensemos en plantas y árboles tan comunes para nosotros como el naranjo, la higuera o la rosa, las cuales no existían en el territorio mesoamericano. Pero no sólo las plantas europeas arribaron a Mesoamérica, también las gallinas, los cerdos, las vacas, los burros, los gatos y los caballos transformaron el paisaje del territorio.

            Este cambio se aprecia en el objeto 747 de la colección del Museo Amparo, el cual corresponde al tercer metacarpiano de un equino.  Este hueso conocido como como gran metacarpiano o hueso de la caña se encarga de soportar todo el peso del caballo. Se puede identificar porque en el extremo distal tienen una serie de presiones articulares que se unen con los carpos; mientras que el extremo distal se caracteriza por dos cóndilos separados por una cresta sagital medial. Este último aspecto es algo que distingue los metacarpos de los equinos al de los bovinos y ovinos, ya que estos últimos, al tener fusionados los metacarpos tres y cuatro, poseen en el extremo distal dos pares de cóndilos con una cresta media cada uno, separados por una incisura intercapital.

            El tercer metacarpiano del equino, normalmente está acompañado en su superficie palmar por los metacarpianos dos y cuatro, ya que los equinos carecen de los metacarpos 1 y 5. Estos huesos (2 y 4) están unidos al tercer metacarpiano por el ligamento interóseo el cual se osifica con la edad del animal, creándose un solo hueso y formándose el surco metacarpial, por donde pasa el músculo interóseo. Este par de metacarpos (2 y 4), disminuyen su grosor en su extremo distal y se separan del metacarpo central. Llama la atención que en nuestra pieza no se encuentran los metacarpos 2 y 4 e, incluso, no se distingue ninguna fractura o separación de estos huesos lo que indica que este hueso pertenecía a un ejemplar joven, ya que los metacarpos 2,3 y 4 se fusionan a las pocas semanas después del nacimiento, aunque existen enfermedades que hace que estos huesos no se fusionen hasta el año.

            Es de destacar también que el hueso no tiene ninguna marca de corte y tampoco posee el color blanco característico de los huesos que han sido hervidos, por lo cual se puede afirmar que el animal no fue comido. Asimismo, la coloración amarilla que muestra el hueso, evidencia que se encontraba enterrado en un suelo rico en óxidos de hierro.

            Pese a la dificultad que conlleva identificar la temporalidad de un hueso, sin otro tipo de análisis, sí se puede comentar que el caballo en el siglo XVI fue un símbolo de estatus, como lo continuará siendo a lo largo de los siguientes siglos. Después de la primera impresión y asombro que causaron estos animales en la lucha de conquista española, se comenzó a reconocer su utilidad y, sobretodo, se le asociaron ideas de poder. Así, en los mapas del siglo XVI, cuando se quiere mostrar que un camino es importante se le colocan pequeñas “U” que representan la huella de las herraduras de los caballos, con lo cual se marca que el poblado era importante, ya que por él transitaban estos animales.

Pese a la fascinación por este animal, su difusión entre los grupos indígenas no fue tan común y, por el contrario, parece ser que fue restrictiva. Así, la ciudad de Tlaxcala tenía únicamente un caballo para toda la comunidad, el cual, frecuentemente se les perdía, por lo que el Cabildo debía de mandar a buscar a su caballo. Más adelante, cuando un noble indígena adquiría mucho poder, pedía al virrey el permiso para “montar a caballo, traer capa y espada” elementos que se identificaban con el español y su papel de dominio.

Así, aunque el grueso de la población nunca montó a caballo, este animal se había convertido en parte de su mundo, lo veía en los caminos, en las imágenes de la iglesia junto a los personajes divinos y montado por las personas importantes, los cual lo vinculaban con el español y, sobre todo, con el poder.

El arribo de los españoles a Mesoamérica causó modificaciones profundas en el nuevo territorio. Además de las nuevas creencias, los nuevos objetos y las distintas maneras de comportarse; con los españoles llegó todo un cúmulo de animales y plantas que transformaron el rostro del territorio, creándose un paisaje sincrético. Simplemente, pensemos en plantas y árboles tan comunes para nosotros como el naranjo, la higuera o la rosa, las cuales no existían en el territorio mesoamericano. Pero no sólo las plantas europeas arribaron a Mesoamérica, también las gallinas, los cerdos, las vacas, los burros, los gatos y los caballos transformaron el paisaje del territorio.

Obras de la sala

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