El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Tapa y penacho de brasero | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Tapa y penacho de brasero

Cultura Teotihuacana
Región Ciudad de Teotihuacán
Período Clásico temprano
Período 9 Clásico temprano
Año 200-600 d.C.
Técnica

Barro modelado, con piezas de cerámica moldeada

Medidas 53.7   x 37.5  x 22  cm
Ubicación Sala 2. El mundo religioso
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 1351
Investigador

El objeto ceremonial más importante y frecuente en Mesoamérica parece haber sido el brasero y ello tiene que ver con la noción mesoamericana de lo sobrenatural y de la manera en que los hombres se comunicaban con los dioses. Debido a su naturaleza etérea, los dioses se alimentaban de sustancias que fueran igualmente volátiles: no el corazón en sí, sino el humo de ese corazón chamuscado; no las flores que se colocaban en el tapete sino su fragancia en el aire. Algunos grandes braseros deben haber servido para quemar objetos como zacates impregnados de sangre o hule salpicado.

La mayor parte de los braseros se utilizaban para arrojar el polvo del copal sobre sus brasas; la ofrenda se consumaba cuando los cristales del copal ardían, crepitaban y producían un denso humo aromático. Ésta era el primer acto ceremonial del día; al salir el sol, las mujeres, en sus casas, y los sacerdotes en los templos, avivaban las brasas y esparcían el copal. También se quemaba copal en ceremonias de recibimiento. Había grandes braseros, utilizados en las estructuras religiosas de las áreas centrales de las ciudades, braseros medianos utilizados en los templos de plazoletas y patios, y pequeños braseros que podía usar una sola persona.

En las excavaciones de los conjuntos habitacionales teotihuacanos se han encontrado dos tipos de braseros: unos muy pequeños, que caben en la palma de la mano y tienen dos orificios; otros que pueden alcanzar cerca de un metro de altura. Estos últimos estaban asociados a los altares o templetes que había siempre en el patio principal de los conjuntos habitacionales; éstos estaban formados por una especie de copa y una tapa, como la que aquí se exhibe, ricamente decorada.

A diferencia de otras piezas de cerámica de la misma época, como los vasos efigie zapotecos, las tapas de brasero teotihuacanas se decoraban con muchas piezas independientes pegadas con un cementante a la estructura principal; un soporte vertical modelado en la misma pieza. Una vez que la tapa, provista de su soporte, quedaba cocida, se le agregaban diversas figuras y símbolos realizados en molde y cocidos de manera independiente. Esto nos habla de una división del trabajo y de una práctica de producción en serie muy características del arte cerámico teotihuacano.

Como ha señalado Emilie Carreón, es probable que en la plaza de mercado se vendieran las piezas sueltas: flores, plumas, cabezas de pájaro, mariposas, etcétera; mismas que los artesanos combinarían y fijarían en los soportes de las tapas según la función de las mismas, el culto o la deidad a la cual estuvieran dedicadas. En nuestra tapa podemos apreciar una mascarita en el centro, varias piezas que representan plumas, algunas flores en cuyo interior se pegaban placas de mica u obsidiana, y algunos motivos más. En el manojo superior del penacho y en la franja intermedia, alternando con las flores, podemos ver aves con las alas extendidas. Habría que revisar el proceso de restauración original de esta tapa, pero es probable que las cuatro cabezas de ave pegadas en la zona baja del soporte correspondan en realidad con los cuerpos de las aves a las cuales les falta precisamente la cabeza. Probablemente se trate de representaciones del búho, un animal muy importante en la iconografía teotihuacana.

El objeto ceremonial más importante y frecuente en Mesoamérica parece haber sido el brasero y ello tiene que ver con la noción mesoamericana de lo sobrenatural y de la manera en que los hombres se comunicaban con los dioses. Debido a su naturaleza etérea, los dioses se alimentaban de sustancias que fueran igualmente volátiles: no el corazón en sí, sino el humo de ese corazón chamuscado; no las flores que se colocaban en el tapete sino su fragancia en el aire. Algunos grandes braseros deben haber servido para quemar objetos como zacates impregnados de sangre o hule salpicado.

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